El fenómeno «la anticultura» −quemar libros y destruir las bibliotecas, museos, monumentos reconocidos por la experiencia y la historia− representa una tentativa de destrucción del pensamiento, de principios, de la democracia y de los derechos humanos.
Ismet Ovcina
Sobre la destrucción de la memoria
Fernando Báez, quien estudia la destrucción de libros y bibliotecas, asegura que por lo menos el 60% de los libros a lo largo de la historia han sido destruidos a propósito. Por tanto, el hombre representa para su propia memoria un mayor peligro que los fenómenos naturales más destructivos. Ante esto, Báez cree que la humanidad ha optado por estos medios para obtener una especie de purificación, y es que, tal y como recuerda este estudioso, durante su juventud pudo observar cómo los jóvenes de bachillerato buscaban liberarse a través de la quema de libros una vez se habían graduado. El objetivo es reiniciar la memoria, conseguir lo que creen que es un futuro mejor que el de ahora. Báez cita a El holocausto del mundo, de Nathaniel Hawthorne, en donde se describe cómo el mundo toma la decisión de hacer una profunda limpieza a su universo promoviendo una «hoguera universal» (Salaberria Lizarazu, 2006: 31).
Pareciera que aquellos que optan por destruir la memoria, el conocimiento y las ideas, aquellos conocimientos que representan nuestro progreso intelectual y espiritual, son bárbaros, hordas furiosas que actúan sin contemplación. Pero aparentemente la mayoría de ellos son gente culta que ha organizado concienzudamente la destrucción sistemática de una serie de conocimientos que no les conviene que sigan existiendo, como sucede en el caso de los nazis durante la década de los 30, quienes destruyeron todo lo que consideraban corrupto y peligroso (2006: 30-31).
El caso del que hablaremos es el famoso memoricidio de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina. Sarajevo no solo destaca por esta destrucción, ya que pocos meses antes de esta devastación, la furia del líder ultranacionalista Radovan Karadzic alcanzó el Orijentalni Institut en la misma Sarajevo, donde se perdieron valiosas colecciones de manuscritos islámicos, entre otros documentos. Hubo aproximadamente 195 bibliotecas destruidas, objetivos que, salta a la vista, no eran militares, sino civiles; objetivos cuya destrucción provenía de una «campaña de “limpieza étnica”» comenzada por el ejército serbio durante la Guerra de Yugoslavia, que tuvo lugar entre los años 1992 y 1996, conflicto que desde el principio destacó por la violencia injustificada contra los edificios históricos y de categoría patrimonial, sin mencionar los valiosos documentos que estos albergaban. Y es que, tal y como declara Edgardo Civallero, «[l]a guerra no implica solamente apoderarse de bienes, personas y territorios: también necesita borrar la memoria del oponente; sus recuerdos, las razones que sustentan su identidad y lo empujan a resistir, a luchar, a vivir» (2007: 1-2).
Se trata de un acontecimiento que ejemplifica la voluntad criminal de destruir la memoria, a través de la cual se despoja a un individuo de su historia, de su capacidad de entender el presente porque, como dice Civallero, «el ser humano necesita extraer de su pasado las respuestas necesarias para comprender su actualidad y actuar en la construcción de su porvenir». El desafortunado objetivo de los memoricidas son las instituciones que desde hace siglos han gestionado nuestros recuerdos, pues el criminal busca eliminar la identidad del pueblo enemigo para someterlo (2007: 2-3).
Lo que parece alarmante es que esto siguiera sucediendo ya a finales del siglo XX; es la voluntad de dominación a través de la damnatio memoriae, desaparecer todo lo que caracteriza al enemigo; en este caso, despojar de su identidad a un pueblo. Un ejemplo de esto ocurrió en Camboya durante la década del setenta, donde las fuerzas del Khmer Rojo destruyeron sistemáticamente la cultura del territorio dominado, a la que consideraban corrupta (2007: 3). La historia está llena, lamentablemente, de acciones como estas, incluso en el siglo presente podemos encontrar estas innobles acciones, como sucede con el caso de Irak, lugar en el que tuvo lugar la destrucción de parte de la memoria de la humanidad.
El memoricidio en la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina
Descripción de los hechos
La biblioteca contenía, según Fernando Báez, «1.500.000 volúmenes, 155.000 obras raras, 478 manuscritos, millones de periódicos del mundo entero». La biblioteca fue arrasada por orden de los ultranacionalistas serbios que, mediante el lanzamiento de proyectiles incendiarios durante tres días, hicieron caso omiso a las banderas azules que ondeaban para indicar que se trataba de un lugar con categoría de patrimonio cultural y, aunque los bomberos acudieron al lugar de la catástrofe, no pudieron frenar la furia incendiaria de los ultranacionalistas serbios. Por supuesto, hubo quienes trataron de rescatar todo aquello que el Vijecnica, hogar temporal de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina, albergaba y, de hecho, salvaron algo de su contenido (2004: 263).
Esta región había permanecido unida por Joseph Tito, pero, a su muerte, la barbarie se desató, pues sus sucesores no supieron mantener el territorio unido, acentuando las diferencias étnicas entre sus habitantes, pues había serbios (una minoría) y bosniacos (una mayoría), llevando a la fragmentación del territorio. Es este el caso de Croacia, que a través de un referéndum que obtuvo la aprobación del 85% de sus habitantes consiguió la independencia y fue reconocida por el mundo, a pesar de la represión del ejército (2004: 264).
En este contexto fue que tuvo lugar la práctica del memoricidio por parte de los serbios, quienes pretendían hacer una damnatio memoriae, como lo que le hicieron a la reina faraón Hatshepsut, a quien eliminaron sistemáticamente tras su fallecimiento. Es una práctica cruel que consiste en eliminar la memoria del enemigo (2004: 264-265). Sucedió no solo en Sarajevo, sino también en Eslovenia, en la biblioteca municipal de Vinkovci, primer centro patrimonial en ser destruido por los serbios en el 91, provocando la pérdida de 85.000 volúmenes (2004: 265).
Sarajevo representaba el cosmopolitismo que tanto odiaban los ultranacionalistas como Karadzic. Encarnaba un punto de convergencia entre culturas y religiones; entre judíos, musulmanes, croatas y serbios. Un lugar en el que las diferencias no eran causa de exclusión. Fue con las llamas provocadas por su furia ultranacionalista que la huella islámica estuvo a punto de ser extirpada en un proceso de purificación, junto con su memoria, la memoria del pueblo bosnio musulmán. El tesoro desaparecido comprendía obras de historia, geografía, teología, ciencias naturales, música; muchas de estas joyas, relacionadas con la cultura árabe, turca y persa (Ojeda, 2008: 15).
El caso de esta biblioteca encarna el fenómeno de la anticultura: cómo los proyectiles lanzados voluntariamente tenían el objetivo de purificar con su fuego aniquilador. A pesar de la oscuridad de este escenario, aún se vislumbra la bondad en la colaboración de distintos estados, tales como Austria, Croacia, Francia o EE.UU, además de las fundaciones que se han acercado para prestar su ayuda (2008: 54).
Hoy en día la cultura de Bosnia-Herzegovina sigue llena de prejuicios y rechazos a consecuencia de la destrucción de los documentos originales que se hallaban en el fondo de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina (2008: 55).
Las colecciones especiales de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina
Fueron catalogadas como especiales en el 51 debido a que era el único modelo que operaba en las bibliotecas yugoslavas. Estos fondos fueron divididos de la siguiente manera, de acuerdo con Ovcina (2008: 55):
- Colección de escritura.
- Colección de libros raros y viejos.
- Colección cartográfica.
- Colección de música.
- Colección gráfica.
- Colección de doctorados de ciencias.
La suma de dichos fondos llegaba a los 170.000 ejemplares antes de que se destruyera gran parte de estos. Aproximadamente se quemaron 155.000 publicaciones de estas colecciones. De estas, dos se han salvado casi por completo: la de escritura y la de libros raros y viejos; la de música se perdió casi por completo; y las colecciones cartográfica y gráfica se hallan en proceso de renovación (2008: 55).
Bosnia-Herzegovina destaca por haber sido una cultura abierta a las diferencias, las cuales no eran motivo de exclusión. Los documentos que conformaban el fondo de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina son testimonio de esta apertura. Se trata de documentos culturales, religiosos y científicos que provienen de distintas civilizaciones y que se hallaban en diversas lenguas, encontrándose, por ejemplo, latín, griego, árabe, italiano, francés, ruso, o alemán. El que la biblioteca adoptara estos documentos como suyos les otorga valor a las colecciones especiales (2008: 56).
Historia y recuperación
Sucedió después de la época de renovación que vino al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando Bosnia-Herzegovina se hallaba entusiasta a consecuencia de la construcción del país, política que incluía la creación de distintas instituciones culturales, entre las que se encontraba la Biblioteca Nacional Universitaria de Bosnia-Herzegovina en 1945, en Sarajevo. Los primeros años fueron difíciles, pues es complicado prosperar en un país marcado por la guerra. La Biblioteca Nacional pudo establecerse, de acuerdo con Residbegovic, «como el principal centro cultural, educativo y científico del país». Ya desde sus inicios la biblioteca se caracterizó por solicitar la colaboración de los ciudadanos, quienes, respondiendo al llamado efectuado a través de la prensa, obsequiaron libros a la institución, consiguiendo que esta contara con medio millón de ejemplares durante la década del sesenta. El siguiente paso era conseguir expertos que colaborasen por llevar a flote a la biblioteca. La biblioteca recibió ayuda por parte de otras bibliotecas, como la de Belgrado, que decidieron enviar expertos que ayudaran en la formación de los empleados, quienes, durante los primeros años, trabajaron gratuitamente (2011: 109).
Antes de 1992 la biblioteca cambió de dirección en múltiples ocasiones. Comenzó en una residencia privada, pero después los fondos fueron trasladados al Monasterio de San Antonio; de ahí, al Museo Nacional de Bosnia-Herzegovina; y en el 51 fue trasladado al edificio Vijecnica, el que sería su hogar durante el ataque, a pesar de que se consideraba inadecuado. Pese a esto, la biblioteca se convirtió en un centro que aplicaba herramientas tecnológicas y colaboraba internacionalmente (2011: 109-110).
Durante la agresión sufrida por parte de los ultranacionalistas serbios, según Residbegovic, «fueron destruidas las fuentes de identidad de este país y de sus pueblos (…) sus instituciones»; fue destruida la base de datos, los muebles, y el edificio, que era una joya histórica. Los trabajadores huyeron enseguida, aunque hubo algunos que se unieron a los agresores y otra parte al mismo ejército de Bosnia-Herzegovina. Desafortunadamente, algunos de ellos fallecieron (2011: 111).
No obstante, muchos, como Residbegovic, continúan trabajando por la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina, aunque se vieron obligados a empezar desde cero debido al ataque. Sufrieron la falta de herramientas, por lo que rellenaban las fichas en papeles usados, careciendo incluso de bolígrafos. Perseveraron y poco después recibieron nuevos empleados (2011: 111-112).
En la actualidad el funcionamiento de la biblioteca se ha modernizado, pues ahora implementan nuevas tecnologías. Asimismo, se fundaron nuevos departamentos, tales como el Centro de formación de bibliotecarios, el Centro COBISS, la Biblioteca Virtual y el Centro de protección y restauración de material bibliográfico; este último, gracias a la ONG Paz Ahora, de origen español, que donó equipamiento y ayudó con la formación de los empleados (2011: 113).
A la restauración de la fachada de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina contribuyó el Ministerio de Cultura español, lo que Juan Goytisolo califica como «una victoria de la civilización frente a los estragos de la barbarie» (2008: 17). El Gobierno de España inició de la mano del embajador y la Biblioteca Nacional de España «el proyecto de adopción y construcción de laboratorios con el equipamiento necesario para la restauración y preservación del material bibliotecario y de la formación de sus empleados». Es gracias a esto que la biblioteca cuenta con un laboratorio moderno que se encarga de restaurar aquello que, aunque dañado, se pudo recuperar, además de salvaguardar lo que se mantuvo ileso (2008: 54).
Es curioso el papel de España en la restauración de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina. Y es que, como dice Muhamed Nezirovic, «[p]robablemente no haya en la historia dos países (…) que se asemejen tanto en la concordancia de su destino histórico y en la expresión de su ser espiritual como España, antaño al-Andalus árabe y Bosnia, país céntrico de la antigua Yugoslavia» (2008: 27). Esto se debe a que Bosnia, después de la Segunda Guerra Mundial, fue país de tres religiones, tres culturas, al igual que España en el pasado. Sarajevo, entonces, se presentaría como una especie de Toledo en la que coexistían distintas religiones y culturas. Es por esto, quizá, que debemos sentir especial empatía por lo ocurrido en Sarajevo (2008: 34).
El advenimiento de lo digital
A pesar de los retrasos, la construcción de la Biblioteca Nacional de Sarajevo llegó a su término y fue inaugurada en 2014 gracias a la donación de Qatar, que contribuyó con 8,8 millones de dólares para la construcción de un edificio moderno que albergase los fondos de esta biblioteca. Dicho edificio cuenta con salas de lectura que facilitan la consulta de las reproducciones digitales de los fondos rescatados (Ramillo, 2014). Y es que, en la actualidad, la tecnología presenta una serie de ventajas en lo que concierne al mundo de la gestión documental, sobre todo cuando se trata de la difusión y preservación del patrimonio bibliográfico, como sucede en el caso de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina. Cassinello habla de «la posibilidad de dispersar globalmente las obras sin perder la unidad de una colección, o de democratizar a escala planetaria su acceso sin hacer peligrar ni fragmentar los originales». Asimismo, la digitalización representa la incombustibidad del patrimonio bibliográfico, puesto que se halla en el ciberespacio, donde «ni las bombas de fósforo ni sobrepasar los 451º Fahrenheit» le afectan (2008: 67-68).
Se trata de la denominada «desmaterialización», que consiste, según Vinck, en la sustitución de los soportes en los que se almacena la información, como el papel, por archivos digitales a los que se puede acceder a través del ordenador. No obstante, no se trata únicamente de libros, sino también pinturas, películas, evidencia arqueológica o los distintos inventarios, lo que permitiría a los bibliotecarios, a los investigadores y al público acceder a este material digitalizado localizándolo con mayor facilidad (2018: 22-25). Sin embargo, no hay que olvidar la fisicidad de los datos, pues los investigadores se hallan buscando maneras eficientes de almacenarlos en grandes centros de datos que deben garantizar mantener el servicio ininterrumpidamente.
Los profesionales que gestionan toda esta información han evolucionado, pues ya desde hace décadas los historiadores, entre otros investigadores, se han acercado a la informática. De hecho, ya en 1967, Leroy Lardurie profetizaba que el historiador del futuro sería programador (2018: 44). Esto todavía no se ha cumplido, pero lo que sí es verdad, es la colaboración que existe entre el mundo de las humanidades y el de la informática, cosa que sucede con mayor intensidad ahora que nos hallamos en plena era digital.
Conclusión
La destrucción de la memoria consiste en la desaparición intencionada de los bienes culturales que han dejado las generaciones pasadas. Dicha herencia es lo que constituye la identidad de un pueblo, aunque es legado de toda la humanidad. Es por esto por lo que la pérdida de la memoria, que supone la eliminación del paso por el mundo de un pueblo en concreto, es especialmente lamentable, puesto que es una pérdida irreversible para la cultura global, como sucede en el caso de Sarajevo, que fue escenario de una terrible catástrofe en la que por odio y rencor los ultranacionalistas serbios trataron de llevar a cabo una limpieza étnica.
La civilización es la forma de alzarse contra el memoricidio. La civilización es el conocimiento que deja el paso por la historia, lo que conduce a la evolución y la evolución es reconocer el valor de todo aquello que hemos aprendido hasta llegar a este punto. Es necesario, por tanto, recordar de dónde venimos para saber a dónde nos dirigimos.
Las bibliotecas, aunque víctimas del memoricidio, tienen un papel importante en la transmisión de la cultura que lleva a la civilización y a la evolución, pues son algunas de las instituciones que se encargan de la gestión de la memoria, salvaguardando los valiosos documentos que sirven como testimonio del pasado. Pero, para llevar esta tarea a cabo, han de comprometerse con las sociedades que necesitan de su información, despojándose de toda clase de prejuicios. La labor de las bibliotecas, por ende, es ofrecer recursos que ayuden a las personas a adquirir nuevas ideas y ampliar sus perspectivas.
Bibliografía
Báez, F. (2004). Historia universal de la destrucción de libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak. Barcelona: Ediciones Destino.
Civallero, E. (2007). “Cuando la memoria se convierte en cenizas: memoricidio durante el siglo XX”. Revista de Bibliotecología y Ciencias de la información. (Nº 15), pp. 1-13.
Ojeda Vila, E. (2008). La biblioteca de Sarajevo y el diálogo entre culturas. Sevilla: Fundación Tres Culturas del Mediterráneo.
Ramilo, J. (2014). “Recuperación de la biblioteca nacional de Sarajevo”. InQnable. Disponible en: https://www.inqnable.es/blog/recuperacion-biblioteca-nacional-sarajevo.
Residbegovic, A. (2011). “El fénix de Sarajevo: la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia-Herzegovina”. Mi biblioteca. La revista del mundo bibliotecario. (Nº 25), pp. 152-157.
Salaberria Lizarazu, R. (2006). “Fernando Baez, investigador de la destrucción de libros y bibliotecas”. Educación y biblioteca. (Nº152), pp. 29-33.
Vink, D. (2018). Humanidades digitales: La cultura frente a las nuevas tecnologías. Barcelona: Gedisa.
